El Último Día del Verano

El Último Día del Verano

¿Te afecta el síndrome del “último día del verano”? Muchas personas sólo lo conocemos por referencias y aquí te cuento lo que le pasó a Miguel, que decidió cambiar su forma de trabajar y terminó cambiando su último día del verano.

Hay gente que se conforma con un trabajo que paga sus facturas (que no es poco). Se conforma con intercambiar tiempo por dinero. Y se sube a un sistema que abona por horas la energía de nuestras manos y cabezas, un sistema que premia el silencio y la obediencia a un protocolo definido de acción, proceso y relaciones. A un sistema que castiga los errores, no premia los intentos, o que calla la boca al que propone, no vaya a ser que cuestione el sistema establecido… Y así al ir a trabajar hay muchos que prefieren dejar en la mesilla la ilusión y las ganas, la curiosidad, la creatividad y el ingenio… Y así se confunden unos con otros, intercambiables “recursos” en interminables y aburridas cadenas productivas.

Y de ahí surge el síndrome del “último día del verano”, ese en el que con nostalgia cada cual se despide de su última siesta, de su última cervecita, de la playa, el pedaló y los gritos de los niños y arrastra los pies por el paseo sacudiéndose por un lado la galbana del retorno, preparando con tiempo el estrés anticipado de “lo que me espera” y por otro va, como los perros, lanzando tierra sobre el rastro de los días transcurridos.

Hace un tiempo a mi amigo Miguel lo despidieron de ese puestazo fijo de muchos ceros al que regresaba cabizbajo cada verano. En la carta le decían, literalmente, que “no había diferencia entre su presencia y sus periodos de ausencia.”

Cuando le dieron la carta de despido reaccionó mal, como cuando a uno se le lleva el coche la grúa. Luego puso en duda la veracidad de la misiva, y acudió al departamento de “Recursos humanos” a verificarlo. Después se resignó al despido y se pensó mejor el texto con el que escuetamente le decían adiós.

Decidió cambiarlo. Y lo cambió. Lo cambiamos juntos. Estudió con cuidado sus recursos, rehizo lentamente su lista de aportes, enfocó dónde y cómo quería trabajar y fue a por ello. Tomó las riendas de su vida y su trabajo y fue consciente de que era el responsable de su propia carrera. Desde ese instante, aporta a su quehacer sus características especiales y únicas, aprende de cada cosa que hace y siente que su trabajo tiene Sentido para él.

Hoy es un tipo feliz cada vez que vuelve a trabajar, porque no hay ISO que le diga lo que tiene que hacer, sino que siente en cada curro lo que aporta y sabe que cada factura o nómina exhibe con orgullo la contraprestación económica al valor aportado. Y así camina cada día hacia su trabajo con la satisfacción de sentirse útil, valioso y valorado, sin pararse a pensar si es el último o el primer día del verano…

_DSC0819BBMarta Martínez Arellano
Desarrollo personal y ejecutivo

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